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CISNES DEL

LAGO KRUGLOYE

¿Por qué lloran las gimnastas rusas?

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V

iktoria flota. Como los objetos hechos para volar, su movimiento corta el aire que la sustenta. Sus músculos, tensos y alineados, se han liberado de la gravedad. Se han entregado al espacio.

 

Hay algo de facilidad en el trayecto, pero la pluma no vuela a la deriva. De espaldas al suelo, Vika gira para sujetarse de la barra alta. Sus pies apuntan a la barra baja, primero, y hacia el cielo, cuando alcanza la vertical. Ligera y menuda (1.54 m; 36 kg.), completa una gesta de potencia y nervio; y continúa, abriéndose paso en medio del aire y una nube de tiza.

GIF: The Atlantic Wire

La gimnasia artística es la combinación de arte y deporte; danza y acrobacia; gracia y potencia. Una gimnasta necesita grandes niveles de dificultad, pero también líneas, extensiones y personalidad.



Cuatro eventos conforman la competencia femenina: potro, barras asimétricas, viga de equilibrio y suelo. En ellos, se califican la dificultad, la ejecución y –salvo en el potro– las conexiones y la composición. Los cuatro coronan a una campeona, y el acumulado (all-around) determina a la mejor gimnasta del mundo.


Monarca histórico de la disciplina, la Unión Soviética brilla por su ausencia. Entre 1952 y 1992, el equipo soviético ganó todos los Juegos Olímpicos en que participó. Para construir su legado, sus gimnastas siempre estuvieron a la vanguardia en dificultad. Asistidas por la constante evolución del equipamiento, se adelantaron a la competencia con su creatividad y virtuosismo, y le agregaron la tradición del ballet ruso. La técnica, la forma, el porte y la soltura en el control se convirtieron su lenguaje, que transmitieron de generación en generación. Y lo heredó Rusia tras el fin de la URSS.


“La belleza es el alma de la gimnasia”, decía Boris Pilkin, viejo entrenador de Svetlana Khorkina (campeona mundial en 1997, 2001 y 2003). Las gimnastas rusas han preservado a todo costo esa tradición. El precio ha sido la hegemonía.

Ignorada en este relato, la gimnasia masculina rusa bebe de una tradición tan rica como la femenina. Entre 1952 y 1992, el equipo soviético ganó cinco de nueve Juegos Olímpicos. El más notable fue el de Seúl 1988 —en la foto: Bilozerchev, Gogoladze, Artemov, Kharkov, Liukin y Novikov—, conocido como una de las mejores alineaciones de la historia del deporte. Hasta se dieron el lujo de dejar varios campeones del mundo en casa.

AP

Rusia llegó a Londres con cinco gimnastas en problemas. Ksenia Afanasyeva (20), la capitana y campeona mundial de suelo, apenas había vuelto al gimnasio dos semanas antes de viajar. Maria Paseka (17), especialista en salto de potro, arrastraba lesiones en las rodillas. Anastasia Grishina (16) llegaba con una lesión en la pantorrilla derecha, y la campeona mundial all-around del 2010, Aliya Mustafina (17), era una incógnita. A 16 meses de una rotura de ligamentos de la rodilla izquierda, sus presentaciones en el 2012 no daban una clara figura de qué esperar. Viktoria Komova (17) sufría con pequeñas lesiones, producto de su último estirón, pero incrementó la dificultad a última hora para ser la gran esperanza rusa al oro.


La gimnasta más esperada de la década, Komova era el puño de acero que volvía en puntas de pies para dar el golpe. A diferencia de Mustafina –mitad rusa y mitad tártara, de cabellos negros y mayor volumen– Komova, rubia y diminuta, representaba el regreso de las llamadas pixies soviéticas. Era evidente en su físico y sus movimientos: marcadas líneas largas con el cuerpo, extensión, porte de brazos, los pies apuntados y la enorme dificultad. Todo heredado por línea directa: su madre, Vera Kolesnikova, fue campeona mundial por equipos en 1985; su padre, Alexander Komov, también fue gimnasta; y Gennady Elfimov –amigo de los Komov–, le cambió los pañales y le dio el biberón antes de convertirse en su entrenador y padre sustituto.

 

“No entrenamos. Jugamos para obtener un elemento. Lo desarrollamos así para que salga con dificultad y belleza”, afirmó Elfimov en el 2009, cuando la nena todavía era promesa. Un año después, dominó los campeonatos europeos juveniles y los Juegos Olímpicos de la Juventud, pero se quedó corta en el 2011, cuando pasó a senior. En su año de novata, se torció el tobillo en un entrenamiento, pasó por la sala de operaciones y apenas llegó al mundial de Tokio. La lesión de Mustafina la empujó a un inesperado liderazgo que no estaba lista para manejar.

 

En el mundial, Rusia quedó segunda por equipos, detrás de Estados Unidos, y Komova ganó en barras asimétricas. En el all-around, lideraba hasta la última rotación. Exhausta, apenas pudo concluir su ejercicio de suelo y perdió el oro ante Jordyn Wieber (EE. UU.) en una polémica decisión de los jueces (0.033 de diferencia). Komova acabó en lágrimas.

 

La derrota alteró su juego mental, pero buscaría redención en Londres: “¡Cuando veo a las americanas, siento una rabia terrible y quiero romper!”. Más delicada, la capitana Afanasyeva aseguró: “Ganaremos con belleza”.


En Londres estaban complicadas desde la clasificación. Cuatro de las cinco gimnastas de Estados Unidos tenían el valioso salto Amanar en el potro –Yurchenko con dos giros y medio–, contra dos Amanar irregulares en el equipo ruso (Paseka y Komova) y otros saltos de menor dificultad. La diferencia en valor de partida era casi imposible de remontar. En la final por equipos, Rusia se mantuvo a poco más de un punto de Estados Unidos hasta la última rotación. Después de remplazar a una nerviosa Grishina en viga y cumplir en suelo, Mustafina acompañó a Komova y Paseka en el aliento a sus compañeras. Grishina erró una conexión en la segunda diagonal y la perdió. Mustafina y Komova eran puro lamento. Afanasyeva quiso recuperar, pero se estrelló en la salida y Rusia siguió llorando. Sonrieron a tiempo cuando vieron el marcador: un error más y la plata era de Rumania.

Las gimnastas acceden a las competencias de mayores (seniors) el año que cumplen 16. Hasta entonces, son juveniles (juniors) y pueden competir en campeonatos nacionales, competencias menores (nacionales e internacionales) y los Juegos Olímpicos de la Juventud.

Elfimov: "Viktoria nació en el gimnasio. Sus padres la llevaban al gimnasio y la dejaban pasando el rato. Con el tiempo empezó a trabajar".

Todos los saltos con rondada previa y entrada de espaldas al tablero llevan el nombre 'Yurchenko', por su creadora, Natalia Yurchenko (URSS). 

McKayla Maroney (EE.UU.) 

GIF: The Atlantic Wire

Reuters

Komova clasificó primera a la final del all-around, seguida por las estadounidenses Alexandra Raisman y Gabrielle Douglas, y por Mustafina. La forma de Raisman durante las acrobacias –pies flexionados, rodillas cruzadas– y su falta de swing en las asimétricas la anulaban de arranque. La competencia era entre Komova, Douglas, y lo que entregara Mustafina.


Y empieza el camino. Los 25 metros iniciales de Douglas concluyen en un Amanar lejos de la perfección. Davai Vika. Pero no puede controlar el aterrizaje de su Amanar. Uno, dos, tres, cuatro pasos. Uno más y saludaba desde la mesa de los jueces.


Barras es el mejor evento de Douglas, pero Komova es la campeona mundial. Viktoria fluye de barra en barra; Douglas se dispara sobre el aparato. Apenas remonta dos décimas. Quedan tres. Mustafina se acerca.
 

El drama está en los ojos de Komova cuando ejecuta sobre la viga. Cuando se extiende más allá de los 180 grados, cuando flexiona su espalda más allá de toda comprensión y los arcos de sus pies se encuentran con el arco de su frente. Pero también cuando lucha por su equilibrio, por mantener los hombros alineados. Es complejo permanecer dentro de los 10 centímetros de ancho con la adrenalina de la remontada. La rutina de Douglas transcurre más rápidamente; en lugar de volar, Gabby prefiere mantener los pies sobre el aparato. Inexplicablemente, la diferencia aumenta a 0.326.

Mustafina perdió el equilibrio y cayó de la viga; Raisman tuvo que sujetarse con las manos para evitarlo. Todos parches. Último asalto.


¿Está luchando Komova? ¿Puede pelear algo tan frágil? En Lima, una fan con escalofríos se esconde detrás de la almohada. En la Arena O2 de Londres, Vika hace una mueca cuando el puntaje de suelo de su rival eleva todavía más la valla.


Rutina final de la noche. Su evento más débil. No le liga una desde sus años de juvenil. Necesita una puntuación fuera de su alcance para ganar. Y ocurre algo mágico: Viktoria va por ella.


No es un set acrobático. Es gimnasia artística. Una suerte de melancolía encendida controla cada movimiento; una mirada lo enfatiza. Vika está tensa, pero suelta hasta los dedos, y, por un momento, lo que ocurre en la arena no es real. Doble arabian, clavado; doble agrupado, clavado; split, perfecto; Memmel, un éxito. Vamos Vika, ¡vamos Vika! El público está adorando esto... Triple giro, clavado. ¡Está funcionando! Doble en carpa, stoi! Viktoria tiende la cabeza hacia atrás, hace un giro con la muñeca y finis. Eso es oro.


Elfimov y Mustafina la esperan debajo de la escalera. Dos años después de estar en esa misma posición, su compañera la esconde en un abrazo, la mantiene cerca y le murmura en ruso, mientras esperan el desenlace.

 

No alcanzó.


Viktoria Komova, que hace un minuto volaba por la arena, volvió a la tierra, a llorar una segunda decepción. No había sonrisas para nadie. Cuando se acercó a la prensa, ya no llevaba puesta la medalla de plata. Un periodista le preguntó por qué.


–Era muy pesada– respondió.

Fotos: Matt Dunham/AP

EL MOMENTO: ejercicio de suelo de Viktoria Komova.

Era el inicio de su tortura. Quedaban las finales por aparatos: barras y viga. ¿Fue desánimo? ¿Cansancio físico? ¿Mental? ¿Carácter? Un poco de todo, y un dedo fracturado. La rutina de asimétricas iba sin problemas; Komova flotaba de nuevo, pero golpeó la barra baja con los pies y arruinó su salida. Al día siguiente –el último de la competencia–, cayó de la viga dos veces. La cámara la encontró en el banquillo, respirando pesadamente. “He fallado al 100 por ciento. No sé si seguiré”, anunció después. “Quiero volver a casa y tomarme un tiempo para pensarlo. Mis padres dicen que todo está bien, pero yo no lo siento así”. Eran sus Juegos.

 

Alguien más trataba de hacerlos suyos: Aliya Mustafina. Plata por equipos y bronce en el all-around, la campeona del 2010 salió de las sombras y completó la historia del gran retorno. Sin poder apoyarse en la rodilla herida, Mustafina dedicó meses exclusivamente a las barras asimétricas. Aumentó su dificultad y cobró en oro sobre las especialistas He Kexin (China) y Beth Tweddle (Gran Bretaña). En suelo, Afanasyeva falló y Mustafina volvió a ser la roca de su equipo. Ahí, donde no la esperaban, ganó la medalla de bronce y se convirtió en la gimnasta más premiada de Londres 2012. Y sonrió. Eso también fue una sorpresa.

 

Mustafina volvió a Moscú como heroína nacional. La sospecha sobre si Komova merecía el oro seguía vigente. ¿Cómo así Douglas tuvo mejor ejecución en barras que Komova y Mustafina (ambas campeonas en el evento)? ¿Dónde estaban esas décimas de más en la viga? La diferencia que le negó el oro estuvo ahí, no en el ejercicio de suelo.

 

En un set de televisión, Vika aseguró que ya había hecho las paces con su medalla de plata. Sentada en el mismo estudio, Svetlana Khorkina no se resistió:

 

–En el futuro, no debes mostrar tus lágrimas al mundo, no muestres tu debilidad. Necesitas saber, dentro de ti, que eres la mejor, que tienes la gimnasia más fuerte, tienes la belleza, la dificultad, y que representas a la gimnasia rusa, ¡la mejor!

 

Poco después, la organización de Londres 2012 difundió el Libro Oficial de Resultados. El puntaje de los jueces de referencia –observadores experimentados que entran a dirimir grandes desacuerdos en la ejecución– daba como ganadora a Komova. No se podía hacer nada al respecto.

Foto: AP

DINASTÍA

INTERRUMPIDA

 

Foto: Getty Images

Presente en tres Juegos Olímpicos (Atlanta 1996, Sídney 2000 y Atenas 2004), los 'Juegos del Milenio' fueron la mejor oportunidad de Khorkina. Cinco centímetros hicieron toda la diferencia.

Nastia Liukin (EE.UU.) 

Foto: Getty Images

En el 2010, Rusia se coronó campeona mundial por primera vez desde la separación de la URSS, y Aliya Mustafina se convirtió en la primera campeona all-around desde Khorkina en el 2003. En el 2011, cuando Viktoria Komova –campeona olímpica de la juventud– pasara a seniors, las dos mejores gimnastas del mundo entrenarían en Krugloye Ozero (‘Lago Redondo’), la legendaria base de entrenamiento a una hora de Moscú. Estaban de regreso.

 

Rusia no sumaba oros olímpicos desde Sídney 2000, cuando Khorkina ganó en barras asimétricas y Elena Zamolodchikova en potro y suelo. Poco premio para la alineación más poderosa de toda su historia.


Después del desastre del mundial de 1999 –cuando Khorkina solo necesitaba asegurar el oro en equipos y perdió su serie acrobática–, prometieron revancha en Australia. Primeras en la clasificación, los cuatro ases del equipo fueron cayendo en sus mejores eventos: Elena Produnova –con un pie fracturado– no completó su primer salto de potro; Khorkina se soltó de las barras; Zamolodchikova tropezó en la viga. En su intento de salvar la noche, Ekaterina Lobaznyuk –la menor del cuarteto– le agregó dificultad a su propia rutina y cayó. Apenas alcanzó para la medalla de plata. Masticando la bronca, se las retiraron al bajar del podio.

 

El all-around sería más caótico. Khorkina era la favorita y primera clasificada, en una competencia con la cifra inédita de nueve candidatas. La ‘diva’ rusa –dramática y temperamental– avanzó primera a la segunda rotación. Pero un error terrible la dejó sin premio: el potro –en ese entonces, un potro de verdad y no un tablero– estaba ajustado cinco centímetros por debajo de lo reglamentario. Las gimnastas que saltaron en él padecieron de falta de impulso. Las más altas, como Khorkina (1.64 m), aterrizaron sentadas o de rodillas. Cuando arreglaron el problema y ofrecieron nuevos saltos a las afectadas, Khorkina ya había vuelto a caer en las barras asimétricas.


Después del 2000, Khorkina y Zamolodchikova permanecieron como líderes, pero nadie realmente fuerte pasó a senior. Anna Pavlova era lo mejor de los rankings, pero su dificultad no estaba a la par con el arte de su gimnasia, y nunca le alcanzó para sacar buenos resultados. En Atenas 2004, a los 25 años, Khorkina ganó la medalla de plata en el all-around y se retiró. Pavlova, entonces de 16, ganó bronce en potro. En Beijing debía liderar el equipo, pero fracasó. Por primera vez, Rusia regresó de los Juegos sin medallas.


Su programa seguía herido por la caída de la URSS: los clubes quedaron sin financiamiento, se abrieron oportunidades fuera del deporte para los adolescentes, los mejores entrenadores se marcharon –a Norteamérica, en su mayoría–, y los que quedaron tuvieron que lidiar con un reducido universo de atletas. Sin competencia interna, las mejores no tenían que luchar demasiado por sus lugares en el equipo y quedaban en evidencia cuando salían de Rusia. Y, mientras lo lamentaban en Moscú, iban cediendo terreno, primero ante Rumania, y, luego, ante Estados Unidos, la última potencia de la gimnasia.


Estados Unidos fue un país sin gran tradición hasta 1984. El bluff del oro de Mary-Lou Retton en Los Ángeles –competencia con boicot soviético– promovió la apertura de miles de gimnasios en todo el país. Fue el origen de Shannon Miller, medalla de plata en Barcelona 92 y líder del equipo campeón en Atlanta 1996.


El sistema descentralizado no funcionó por mucho tiempo. Los esposos Bela y Marta Karolyi, antiguos entrenadores de Nadia Comaneci y Mary-Lou, impusieron su propio sistema: cada atleta entrenaría en su gimnasio particular, y quienes fueran elegidas para el equipo nacional estarían obligadas a asistir a campamentos periódicos en el gigantesco rancho Karolyi, en Texas. Con Bela y Marta como coordinadores nacionales, también creció el énfasis en una gimnasia más acrobática y espectacular, con menor énfasis en lo artístico.


En el 2004, vieron su primer resultado: Carly Patterson (16), entrenada por el ruso Evgeny Marchenko y por Valeri Liukin –campeón olímpico soviético en Seúl 1988–, ganó la medalla de oro en el all-around. En el 2008, cuando las arcas de la Federación Rusa volvían a llenarse, Estados Unidos coronó a una campeona distinta: Nastia Liukin (18). Líneas largas, buena extensión y mejor presentación. Moscovita, hija de Valeri y de una gimnasta rítmica soviética. Fue el golpe de gracia.

Ludmilla Tourischeva, última joya de la primera gimnasia soviética. Otra manera de practicarla, asombrosa a su manera.

El ethos deportivo soviétivo (sportivnosti) asumía el deporte como una "aspiración de superar las limitaciones humanas, el sueño del vuelo espiritual, la liberación de la carne". La innovación, expresión artística y competitividad de la gimnasia empataron con ese carácter.

Vladislav Rastorotsky —entrenador de Tourischeva, Natalia Shaposhnikova (en la foto) y Natalia Yurchenko— les decía a sus pupilas: "Los elementos deben ser ejecutados. Deben ser trazados como en una pintura, ¡deben dibujarlos como unas artistas!".

A diferencia de la gimnasia según Marta Karolyi, en la antigua Unión Soviética, el país era la máquina, no las deportistas.


El sistema comunista empleaba el deporte con propósitos utilitarios. El ejercicio físico era un medio barato y efectivo para mejorar los estándares de salud y, a la vez, mantener el control social y aumentar la productividad. Además, permitía construir la nación hacia adentro y comunicar sus valores sociales y políticos a nivel internacional. Mientras existió, la Unión Soviética dominó los Juegos Olímpicos.


Pero la tradición rusa en la gimnasia se remonta a inicios del siglo XX. El reformista social Pyotr Lesgaft la promovió como una disciplina para todos, especialmente para las mujeres. Según Lesgaft, la alegría que sentían al realizar los ejercicios –bastante básicos, en ese entonces– les dispensaba la “libertad y flexibilidad que les ha sido robada”.


Muy pronto –ya en la URSS–, los clubes militares y el Estado asumieron el control de una nueva tradición que nacía y evolucionaba, de la mano de una filosofía deportiva enraizada en el pensamiento soviético.

 

La gimnasia, como los demás deportes, se convirtió en un medio de ascenso social en un país donde la pobreza era el común denominador. Los entrenadores iban a las escuelas a buscar niños con el talento suficiente, y muchos padres los entregaban, con la esperanza de que pudieran abrirse las puertas de un mejor estilo de vida.


El reinado de las ballerinas duró cerca de dos décadas. Larisa Latynina –18 medallas olímpicas– fue una de las pioneras. La dificultad fue elevándose a la velocidad de sus rutinas, mientras la URSS tomaba el control del deporte, en la competencia y en su gobierno.


El propio sistema engendró la revolución: en 1972, Olga Korbut (17) desafió la gimnasia de su tiempo con un mortal hacia atrás sobre la viga. Vio al coliseo de Múnich de cabeza. En las barras asimétricas, Korbut, atrevida, se lanzó de espaldas en un arco hacia atrás para volver a sujetar la barra (Korbut flip). Su ejercicio de suelo terminó de inaugurar un nuevo deporte. El ballet y la elegancia ya no eran suficiente. Se necesitaban atletas.

La gimnasia artística le debe su popularidad a la hazaña y el carisma de Korbut. Pero, mientras Olga daba la vuelta al mundo rompiendo mitos sobre la Unión Soviética, el programa rumano de los Karolyi continuaba su marcha. Comaneci avisó en 1975 y golpeó en Montreal 1976. La perfección era rumana y tenía 14 años.


Los siete 10 perfectos de Comaneci y su victoria en el all-around fueron la humillación de la URSS. Olga era periódico de ayer, y Nadia pasó rápidamente al mismo club. En 1978, Elena Mukhina (18), producto de casa, se coronó campeona mundial. Expresiva y espectacular, Mukhina agregó más dificultad sobre los avances de Korbut y Comaneci. El sistema soviético quería todavía más.


A finales de 1979, Mukhina sufrió una fractura en la pierna durante los entrenamientos. En el apuro de tenerla lista para los Juegos Olímpicos de Moscú, la sacaron del hospital, le removieron el yeso y precipitaron su regreso al gimnasio. Su entrenador, Mikhail Klimenko, la puso a practicar contra su voluntad el Thomas salto, de altísima dificultad, hoy prohibido en la gimnasia femenina. Mukhina conocía los peligros de rotar el salto más o menos de lo necesario (aterrizar sobre la nuca o sobre la quijada), pero no la escucharon.


“Dije más de una vez que me rompería el cuello haciendo ese elemento”, contó varios años más tarde. “Pero [Klimenko] solo me respondía: ‘no quieres hacerlo porque eres perezosa. Gente como tú no se rompe el cuello’”.


En julio de 1980, a dos semanas de los Juegos Olímpicos, Mukhina no terminó de rotar el Thomas, cayó sobre su quijada y se fracturó la columna. Quedó cuadripléjica instantáneamente y falleció por complicaciones en el 2006.


Sus compañeras dominaron los Juegos de Moscú. El sistema se moderó y la Unión Soviética creó el mejor ambiente posible para sus gimnastas, con los entrenadores más exigentes y los mejores coreógrafos.


La tradición terminó de grabarse en los ochenta: la gimnasia soviética no apuesta por la fiabilidad; brilla por su coraje y su originalidad.

Oksana Omelianchik, campeona mundial absoluta en 1985, en su rutina de suelo.

Galieva, Gutsu, Lysenko, Chusovitina (en la foto), Boginskaya y Grudneva (ausentes) ganaron el último oro antes de la desintegración final del sistema soviético.

Tomar riesgos era parte de nuestra filosofía. Si podías hacer algo, debías mostrárselo al mundo. No era cuestión de jugar a los puntos y usar el código a tu favor. Se trataba de mostrar la mejor gimnasia posible, en el sentido más puro”, explicó Tatiana Lysenko, una de las últimas soviéticas, a la web especializada Gymnastike.

 

En 1989, Boginskaya, Laschenova, Dudnik, Strazheva, Baitova y Sazonenkova trabajaron con coreógrafos del Ballet Bolshoi –de la tradición más lírica y expresiva– y dominaron el mundial de Stuttgart.


Lysenko corría el perímetro de Krugloye en medio del invierno ruso antes de ingresar al gimnasio y alternar con ese grupo durante ocho horas al día: “No alcanzaría a decir cuántas lágrimas derramé en esos trotes, pero ser parte de ese ambiente me motivaba a continuar. Era un privilegio y una hazaña”.


La pequeña gimnasta fue parte del Equipo Unificado que ganó la medalla de oro en Barcelona 1992. “Éramos los últimos mohicanos, las últimas gimnastas representando el legado de los grandes soviéticos”. Solo había una rusa en esa alineación final. Cuando Lysenko ganó el oro en la viga de equilibrio, se oyó en el coliseo el himno de Ucrania.


En 1992, la Federación Internacional de Gimnasia (FIG) cambió su lenguaje oficial del ruso al inglés. Los cambios políticos alcanzaron a las antiguas repúblicas soviéticas, que recibieron el código de puntos de la nueva olimpiada tres semanas antes del mundial de 1993. En 1996, Bruno Grandi, actual presidente de la FIG, inició su mandato. Y le apagaron la luz al arte.

 

Suzanne Vlamis/AP

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Viktoria Komova cerró el all-around con la rutina mejor ejecutada de Londres 2012. Limpia, fluida, bella, muchos no comprendieron por qué no ganó. “¡Es un 10!”, gritaron en casa. Komova necesitaba 15.4 para ganar la medalla de oro. Sacó un 15.1.


El 10 perfecto desapareció en el 2006, después de una serie de incidentes e irregularidades en los veredictos de los jueces. Anteriormente, los gimnastas construían su valor de partida en base a los requisitos del código y los elementos acrobáticos y artísticos de sus rutinas. Dependía de cada uno aumentar la dificultad y las combinaciones para acercarse lo más posible al 10.


En un intento de desaparecer la subjetividad en las puntuaciones, la FIG respondió al pedido del COI y elaboró un nuevo Código de Puntos (CoP) con dos planos de evaluación: dificultad y ejecución. El panel D establece el valor de partida, y suma puntos sin límites según la cantidad de elementos, nivel de dificultad, conexiones y requisitos. El panel E resta puntos sobre 10 por errores de técnica, forma, composición y artísticos.


Como resultado, la dificultad de la gimnasia siguió aumentando, a expensas de la fluidez y la excelencia en la presentación. Lo que una gimnasta pierde en el panel E lo puede recuperar fácilmente amontonando más dificultad.


La ejecución limpia rara vez es premiada lo suficiente sobre una ejecución mediocre. Y las deducciones artísticas son tan específicas e insignificantes –numéricamente– que no hacen gran diferencia en los puntajes finales, si acaso son aplicadas. El ejercicio de suelo es el que más sufrió con el código abierto: perdió coreografía y la idea de balance, línea, ritmo y amplitud, todas ellas con base en el entrenamiento temprano y no en una determinada morfología corporal, como suele argumentarse.


La FIG revisa el Código de Puntos cada cuatro años. Por ahora, Grandi ha rechazado las propuestas de su comité técnico para fomentar el lado artístico del deporte.  La gimnasia es como el lenguaje: un mismo universo de fonemas con distintos idiomas. Con un Código tan poco sensible a la expresión, esas identidades se van uniformizando. En ese contexto, Estados Unidos se impone.


El sistema se comió a sí mismo en Londres cuando Alexandra Raisman eliminó de la final del all-around a la campeona mundial, Jordyn Wieber. Entrenada en su potencia y fiabilidad, pesada y dura para el baile, Raisman juega según el código. Gimnastas como ella buscan incrementar lo más posible su valor de partida, sin cuidado por la presentación. Y ganan la medalla de oro en el ejercicio de suelo.


Las nuevas deducciones artísticas del Código 2013-2016 podrían pesarle a Raisman si continúa en el deporte: pies flexionados, porte, mala posición de la cabeza. Tal vez necesitemos, también, la creación de un panel A.


Pero todavía hay una ventanita para grandes performances. En el mundial del 2010, Aliya Mustafina combinó las dosis justas de dificultad y ejecución para ser inalcanzable.

La foto más difundida de Londres 2012 es un severo error de puntuación en la final del all-around. Para recibir el crédito por este elemento (switch ring), Douglas debería haber llevado el pie derecho por lo menos a la altura del hombro. Tanto el panel D como el E calificaron el elemento ausente.

Foto: AP

Nadia en la viga de equilibrio (1976).

En su casa de Egoryevsk, Farhat y Elena Mustafin reciben varias llamadas desde Krugloye Ozero. “Es todo muy infantil, sabes”, comenta Elena a un periodista. “Mi esposo y yo escuchamos un lado de la historia y después el otro. Los dos tienen la razón. Al final, siempre hacen las paces. Son un gran equipo”. Se refiere a su hija y a su entrenador, el veterano Alexander Alexandrov (60). “A veces no le hablo por tres o cuatro días. Él tampoco me habla”, afirma Aliya.


En competencia es una fiera. En privado, una niña de 18 que todavía duerme rodeada de sus osos de peluche. En el gimnasio es todo menos un pan de dios. La televisión estadounidense la llama “diva”, bajo la idea de que expresar abiertamente frustración o amargura es ser un mal deportista. Pero Mustafina es una diva de verdad: ultra competitiva, ambiciosa y muy emocional.


La seguridad que rezuma en la arena está fundada en los entrenamientos. Terca e irascible, suele exigirse hasta las lágrimas. "Es muy talentosa, pero tiene un carácter difícil", explica Alexandrov. "De cualquier forma, no se encuentra mucha complacencia entre los campeones”.


Aliya Mustafina nació el 30 de setiembre de 1994. Su padre, Farhat Mustafin, ganó la medalla de bronce en lucha grecorromana en Montreal 1976. Su madre es maestra de física. Las hijas salieron gimnastas.


En el 2006, Aliya y Nelya Mustafina –de 12 y 10 años– eran algunas de las promesas junior del Club Deportivo Central del Ejército (CSKA) de Moscú. Nelya era la estrella, hasta que se lesionó y desapareció del circuito.


Aliya fue subcampeona en los europeos junior del 2008, detrás de su compatriota Tatiana Nabieva. Poco después, su entrenadora en el CSKA, Dina Kamalova, se marchó abruptamente a trabajar con Valeri Liukin en Estados Unidos, y Mustafina se alejó del gimnasio por varias semanas.

 

“No quería tomar ninguna decisión por ella”, explicaba Farhat a Sovetski Sport. “Aliya decía ‘Dina se fue, no quiero entrenar con nadie más’. Con mi esposa hablamos con ella. Le hicimos ver que el camino transcurrido era más largo que lo que faltaba”.


Mustafin la llevó con su amigo del CSKA, Alexander Alexandrov, entrenador de leyendas como Dmitri Bilozerchev y Svetlana Boginskaya, y jefe de los equipos femeninos desde 1989 hasta 1992. “Sasha, compra muchas pastillas para el corazón”, le advirtió. “Trabajar con Aliya te va a dar un ataque”.


Alexandrov la acogió y la llevó a vivir a Krugloye, donde comenzó a trabajar como entrenador en jefe del equipo nacional femenino. Curado de espanto y berrinches, Alexandrov se adaptó rápido. Aliya no tanto.


Desde pequeña me acostumbré a ser independiente, y desde afuera era percibido como arrogancia. Encima, ganaba todas las competencias en las que participaba. Me costó tres meses encajar en el equipo. Ahora nos reímos cuando recordamos ‘la guerra’”.


Para su presentación como senior (2010), Mustafina era una gimnasta fuerte y elegante –salvo en los giros en el aire–, preparada para la competencia internacional. Con 16 años recién cumplidos, ganó en Rotterdam el campeonato mundial, llevó de la mano a Rusia a su primer mundial por equipos y clasificó a la final de los cuatro aparatos (plata en potro, barras y suelo), una rareza en los tiempos del nuevo código.

 

TRAS LA

CORTINA DE HIELO

Todos los deportes tienen un mismo principio: el conflicto de una forma civilizada. O quiebras al otro o te quiebran.

Farhat Mustafin

Foto: Heather Maynez

Aliya Mustafina a los 11 años.

La campeona mundial incrementó su dificultad muy temprano en el 2011. En los campeonatos europeos de abril, no necesitaba el Amanar para ganar, pero lo ejecutó y perdió. Mustafina aterrizó sin terminar de girar y se rompió los ligamentos cruzado anterior y colateral tibial. Ninguna gimnasta había vuelto con éxito de una lesión así.

 

Un mes después, cojeaba por el gimnasio en Krugloye con una enorme rodillera, desesperada por seguir en guardia y llegar a Londres 2012.

 

“La paciencia de un adolescente es diferente que la de un adulto. Se pasean orgullosos como si todo estuviera bien, pero están que sufren por dentro”, comentaba Alexandrov a R-Sport.

 

Varios centímetros más alta (1.62 m), Aliya volvió a competir en diciembre, en una competencia local. No era la misma. Los campeonatos europeos de mayo terminaron de disipar su halo de invulnerabilidad. “Sentí como si estuviera compitiendo por primera vez”, le dijo a su entrenador. Algo llevaba contenido.

 

“Había momentos en que parecía que no habría recuperación”, dice Alexandrov. “Pero, una vez que todo estuvo normal otra vez, le crecieron alas”.

 

En Londres, Mustafina ganó la primera medalla de oro para Rusia desde Khorkina en el 2000. No recuperó toda su dificultad a tiempo ni se atrevió a lanzar el Amanar, pero le alcanzó para ser la mejor gimnasta de la competencia.

 

También era una gimnasta distinta. La de Rotterdam se paseaba altanera y confiada; rara vez pasaba de los monosílabos con la prensa y todo se lo merecía. La de Londres estaba feliz y agradecida de poder participar.

 

“Es un placer ganar tantas medallas para mi país”, aseguró, sonriente, cuando los periodistas le contaron que era la mejor deportista rusa de los Juegos. “Todo el trabajo duro no fue para nada. Es una sensación tremenda”.

 

Según Aliya, después de un éxito tan grande, es mejor volver a empezar como si nada. Y no pretende parar.

 

Lo que hayas ganado siempre será poco. Si es una medalla, querrás dos. Si es de plata, querrás la de oro. Es normal”.

 

Papá Mustafin, que la acompaña en las entrevistas, conoce a su hija como se conoce a sí mismo. Después de los Juegos, le preguntaron por las cualidades que más apreciaba en ella.

 

La dedicación y la sinceridad. Y la fiereza deportiva, la capacidad de competir– respondió–. Una vez fui al [club] Dinamo, donde había una competencia. De repente, me di cuenta que Aliya no me había visto. Estaba repitiendo unos elementos, completamente concentrada. Entendí que ya no era una niña. Se había convertido en una guerrera.

Foto: VTB

Alexandrov y Mustafina, poco después de Londres 2012. En mayo del 2013, Alexandrov se marchó a Brasil para entrenar al equipo femenino de ese país [Leer 2013].

Foto: R-Sport

"Nunca he tenido ídolos. Nunca he querido ser como alguien más", asegura.

Las gimnastas rusas regresaron a Moscú antes del fin de los Juegos y no asistieron a la ceremonia de clausura. Después de meses de solo dormir, comer y entrenar, salieron de vacaciones.


Junto a todos los medallistas rusos en Londres, las cinco integrantes del equipo asistieron al homenaje presidencial en el Kremlin. Mustafina, medallista de oro, recibió la Orden de la Amistad de manos del presidente Putin y un Audi A8. Komova, Afanasyeva, Paseka y Grishina recibieron un modelo A7 cada una.


Después de un mes de descanso y múltiples entrevistas, todo el equipo nacional viajó a Mallorca, al campo de entrenamiento anual. El resto del 2012 sería de recuperación física. Al otro lado del charco, el equipo estadounidense salía de gira por todo el país. Después de Mallorca, de vuelta a Krugloye.


Ubicado a 40 kilómetros de Moscú, Krugloye Ozero sirve de base de entrenamiento, residencia y estudio de los gimnastas del equipo nacional y pre-élite durante todo el año. Los atletas entrenan ocho horas al día, seis días de la semana, duermen en dormitorios de a dos, y los entrenadores en jefe deciden quiénes entran y quiénes salen. O así dice el organigrama.


El 24 de setiembre, la Federación Rusa de Gimnasia despidió a Alexander Alexandrov de su cargo, con el voto de los entrenadores personales de Paseka, Afanasyeva y Grishina. El argumento: favoritismo de Alexandrov con su alumna Mustafina, a quien acusaban de indisciplinada, y de controlar los entrenamientos del equipo a su voluntad. Parecía una manera de culpar a otros de los resultados de sus dirigidas.


En cuatro años a cargo, Alexandrov había revivido la gimnasia rusa. Aunque no lograron todo lo que esperaban en Londres, de cero a seis medallas era un avance. Pero su buena fama le ganó los celos de Andrei Rodionenko, jefe del programa, y de su esposa Valentina, sin lugar en el organigrama pero en co-gobierno tácito con su marido.


Como describió la periodista rusa Elena Vaytsekhovskaya, antes y durante los Juegos Olímpicos, Valentina tomó varias decisiones sobre el equipo por encima de Alexandrov. Durante las clasificaciones internas, envió a casa de manera arbitraria a Anna Dementyeva, campeona europea del 2011 y fuerte candidata a integrar el equipo. Ella misma controló los días de prensa en Krugloye antes de viajar a Londres, y anunció que Mustafina, “en su condición”, solo podría pelear por el bronce en barras. Tal vez no le gustaron los resultados.


El cargamontón contra Alexandrov y Mustafina duró varios días. Muchas gimnastas y exgimnastas del equipo comentaron el tema en redes sociales, de un lado y del otro, con una franqueza que hirió las susceptibilidades de quienes seguían el incidente fuera de Rusia. Según A.Rodionenko, buscaban un trabajo más eficiente con Mustafina, pero habían dejado a Alexandrov en una posición incómoda. Aliya corría el riesgo de quedarse sin entrenador al final del año.


Después de unos días, Alexandrov anunció que seguiría con Mustafina en el 2013. Evgeny Grebenkin, entrenador de barras asimétricas, lo reemplazó como entrenador en jefe. A fin de año, Andrei Rodionenko fue ratificado como jefe nacional del programa.

Foto: VTB

Viktoria Komova en Krugloye Ozero antes de Londres 2012. Andrei Rodionenko (al fondo a la izquierda) supervisa la sesión.

Andrei Rodionenko (71), entrenador del equipo femenino soviético entre 1985 y 1988, regresó a Rusia en el 2005, nombrado en el cargo jefe nacional del programa por el entonces ministro de Deporte, Viacheslav Fetisov. Fetisov, yerno de Valentina Rodionenko (77), es amigo cercano de Vladimir Putin, y es la conexión que permite que los Rodionenko sigan en el poder pese a las denuncias de favoritismo y la irracionalidad de algunas decisiones. Alexandrov es el quinto entrenador que han despedido desde el año 2008.

TODAS

PASAN

Un nuevo ciclo olímpico ha comenzado. Es poco probable que alguna de las cinco que fueron a Londres sobreviva al crecimiento, las lesiones y las distracciones que les esperan en los próximos cuatro años. En gimnasia, 17 siempre es mejor que 21.


¿Cuál repetirá? ¿Komova? ¿Mustafina? Ambas han prometido continuar. Mustafina empezó la universidad este semestre. Komova, aún en la escuela, trata de llegar entera al próximo año. “Plata no es una medalla; quiero el oro”, publicó hace poco en VKontakte (la versión rusa de Facebook). Si todo sale bien, el 2013 nos entregará, por fin, a los dos mejores gimnastas rusas de la última década luchando por un mundial.


Varias juveniles esperan su oportunidad: Shelgunova, Kharenkova, Bondareva, Batyrova. ¿Cuántas irán a Río? ¿Conservarán con éxito la tradición? ¿Insistirá Rusia con ella?


La belleza suele quedar en las memorias, pero está desapareciendo sin recompensa. Para los seguidores del deporte quedan los nombres, las rutinas y los videos. Para Rusia, unas cuantas medallas. Para los demás, quedan los libros. Gabby Douglas está en los libros.

 

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